jueves, noviembre 03, 2011

Un viaje no suficiente


Quise viajar por un momento en el pasado. Involucrarme en esa máquina que tanta gente se niega ha utilizar, pero que igual necesita. Yo tenía un asiento reservado que no quise galardonar con nadie… hasta que llegaste tú. No tiene buena vista, pero igual te ofrecí un buen viaje; lo aceptaste reacio e inquieto.

En la máquina sólo hubo reservas para enero de este año y los asientos no llegaron a estar repletos. Fuimos pocos en el transbordo debido a la minúscula publicidad que tuvo el viaje. En realidad a mí no me importó, pero ¿y a ti? Yo elegí ventana porque siempre me gustó ver el recorrido. A ti te tocó pasillo, pero no te molestó pues ese lugar te dio la posibilidad de escapar si te sentías abrumado.

-"salida libre”- dije yo.

- “salida consciente”- respondiste tú.

La máquina cerró sus puertas. Todo se vuelve negro. El selecto grupo que ha tomado el viaje no supo qué esperar. Miré tu rostro antes que las luces se apagaran y sólo pude ver en ti una “cara de póker”, un rostro que todavía no puedo descifrar. Diez segundos después de la propaganda pasó algo extraño. Un hombre bien vestido de terno, corbata y oloroso perfume apareció con una jeringa en sus manos. Le inyectó a cada pasajero una dosis de memoria. Fue una dosis corta e indolora llena de recuerdos. El hombre no pidió permiso ni mucho menos disculpas, sólo se acercó su jeringa a cualquier brazo y luego pinchó su líquido infesto de situaciones, memorias y recuerdos con sentimientos a cualquier brazo despreocupado.

Yo te puedo contar sobre mi droga, sobre lo que este hombre me inyectó. Él mostró mis recuerdos del colegio, sobre todo la época de enseñanza básica y media. Su inyección hizo leer mis escritos del pasado y aquellas frases como: “El timbre del recreo sonó y yo sólo espero que el día termine como algo extraordinario… yo quiero que tu sonrisa aparezca al lado de esa puerta”. Con todo lo que me enseñó la inyección no alcancé a dar un escrutinio, pues fueron tus frases las que aparecieron en mi mente después: “Hola linda tanto tiempo, ¿cómo estás? ¿Qué es de tu vida? Está muy linda tu foto. Eres igual a como te recuerdo. Un abrazo y éxito.”. Esa inyección fue la que me ató a mis neuronas y la que me revelaron tus palabras escritas hace cuatro años.

La droga se detuvo un segundo y luego volvió a invadir mi mente con imágenes confusas. El consciente de mi consciencia jugó con mi inconsciente y se rió de él en ese minuto porque yo no estaba segura de nada, ni de un pasado, ni de un presente ni mucho menos sobre un futuro. Seguí con el viaje hasta esperar que la máquina se detuviera y que las luces se prendieran para mirar nuevamente tu rostro. Otra vez tenías esa “cara de póker” y sólo cuando nos alejamos de la máquina del tiempo pronunciaste: “todo esto sólo me enseñó lo que ya había sentido. Imagino que el negocio ahora será si creamos o no nuestra máquina del futuro”.

miércoles, mayo 18, 2011

Mi memoria

Mi familia piensa que mi memoria está jodida y no es casualidad que ellos lleguen a esa conclusión. Cuando nos reunimos para celebrar y brindar nuestras travesías se asoma en el tapete mi cara de sorpresa. Todos ríen y yo los sigo con mis dientes que van acompañados por mis cejas alzadas y mi voz interior que pregunta “¿y yo estuve ahí?”. Casi siempre la reunión familiar cierra el boliche con la visión de que terminaré siendo amiga de ese alemán que no recuerdo y que serán benditas las personas que me acompañen.

Gran sentencia para una gran familia. Y podría estar de acuerdo con ellos si no fuera porque te retengo en mi memoria a pesar de tantos años. Catorce años y cuatro meses, tiempo suficiente para desconocer, enterrar y postergar. Pero mis posibilidades de transformarme en esa longeva Alzheimer se reducen cuando despierto con tus asombrados ojos que no dejan de mirarme cuando te pido sin tapujos un baile en esta Disco que es clausurada como mi memoria. O cuando por acuerdo logro reunirme contigo durante esos friolentos sábados, alejada de todos los permisos paternales, para mirarte a la cara y decirte en stereo “te quiero”. O cuando al fin nos llenamos de la presencia del otro en ese kilómetro seiscientos que ya está olvidado y que sentencia mi memoria.

Mi familia está equivocada. Recuerdo los instantes, lo oculto, el cuerpo, lo predecible, las esperanzas y lo inconcluso porque entiendo que la memoria solo es sentenciada cuando la pasión le extiende la mano.

"¿Tus besos son eternos?", es lo último que escucho.