miércoles, mayo 18, 2011

Mi memoria

Mi familia piensa que mi memoria está jodida y no es casualidad que ellos lleguen a esa conclusión. Cuando nos reunimos para celebrar y brindar nuestras travesías se asoma en el tapete mi cara de sorpresa. Todos ríen y yo los sigo con mis dientes que van acompañados por mis cejas alzadas y mi voz interior que pregunta “¿y yo estuve ahí?”. Casi siempre la reunión familiar cierra el boliche con la visión de que terminaré siendo amiga de ese alemán que no recuerdo y que serán benditas las personas que me acompañen.

Gran sentencia para una gran familia. Y podría estar de acuerdo con ellos si no fuera porque te retengo en mi memoria a pesar de tantos años. Catorce años y cuatro meses, tiempo suficiente para desconocer, enterrar y postergar. Pero mis posibilidades de transformarme en esa longeva Alzheimer se reducen cuando despierto con tus asombrados ojos que no dejan de mirarme cuando te pido sin tapujos un baile en esta Disco que es clausurada como mi memoria. O cuando por acuerdo logro reunirme contigo durante esos friolentos sábados, alejada de todos los permisos paternales, para mirarte a la cara y decirte en stereo “te quiero”. O cuando al fin nos llenamos de la presencia del otro en ese kilómetro seiscientos que ya está olvidado y que sentencia mi memoria.

Mi familia está equivocada. Recuerdo los instantes, lo oculto, el cuerpo, lo predecible, las esperanzas y lo inconcluso porque entiendo que la memoria solo es sentenciada cuando la pasión le extiende la mano.

"¿Tus besos son eternos?", es lo último que escucho.